jun
29
2012

De profesión, emprendedor.

Xavier Verdaguer intervinó el pasado 3 de mayo en el ciclo de conferencias “Aprendizaje y emprendimiento: el reto de la inteligencia emocional” organizado por la Fundación Botín en Santander. Desgraciadamente no pude asistir, pero no lo lamento, porque me encontraba en un taller de Aprendizaje y Servicio Solidario, una metodología que permite sentir la potencia emprendendora de los aprendizajes que debemos adquirir en nuestras aulas. Sí asistieron varios conocidos y me hicieron llegar sus buenas vibraciones sobre la charla e incluso me relataron los vítores y aplausos que recibió Xavier. Ya conocía algo de su obra y, animado por los buenos comentarios, buceé en su blog.

Y después de hacerlo si eché de menos haber tenido la oportunidad de dialogar con alguien con su capacidad de trabajo y logros, sobre algunos tópicos que en ocasiones difuminan, adornan y mitifican el relato del emprendizaje.

Por ejemplo, que tener éxito está mal visto.  Totalmente de acuerdo, pero la culpa no solo es de quién no lo tiene, sino del uso y disfrute que han hecho del éxito muchos de quienes lo obtuvieron, atentos únicamente al balance económico de sus emprendimientos, y desatendiendo el balance social y ambiental.

En otra cabecera, Xavier alaba al fracaso como la experiencia más importante que ha tenido en la vida. Me hubiese gustado preguntarle: ¿por qué importa tanto la valoración social del éxito, si resulta que el fracaso es más importante?

Que aprendemos no tanto de la experiencia, sino de la reflexión y valoración que hacemos de ella, es algo que quienes nos dedicamos a educar sabemos desde hace tiempo. Y que las conductas se mantienen o se potencian en función de las valoraciones y atribuciones positivas que hacemos de ellas, también es harto conocido. Es muy diferente hablar de eliminar el miedo al error para aprender o de  no centrar las evaluaciones en los errores necesarios para aprender a hablar del fracaso como un logro para crecer. Es muy diferente y me parece conveniente no confundirlo. El fracaso no es lo mismo que el error. Errar es parte del camino, fracasar es perder el camino o seguir uno que no lleva a ningún lado.

Estoy seguro de que Xavier podría ayudarme a verlo más claro, porque me chirría que se presente el emprender como algo simpático, divertido y jovial. Claro que puede serlo. O no. Tener pasión y dedicación a una empresa no significa que haya que ser un culmen de dicha, felicidad y bienestar. La pasión ayuda a superar los trances arduos, duros y arriesgados que conlleva emprender. Pero no es por la diversión, sino por el convencimiento y el compromiso como se vencen las dificultades. Obviamente que si nos divierte, pues mejor. Pero en esta vida hay modelos de aprendizaje fríos y calientes, y sin los fríos, los calientes nunca se materializan.

Por último, ¿qué es más importante el emprendimiento o el emprendedor? Últimamente he conocido personas que se definen como “emprendedores”.  ¿Emprendedor de qué? Si defienden que el emprendedor debe identificarse, volcarse, ilusionarse y divertirse con su emprendimiento, ¿qué sentido tiene luego etiquetarse como emprendedor sin relatar la naturaleza del emprendimiento? Si aceptamos esto, ¿podrían ser los especuladores emprendedores? Allí donde no hay nada, crean un negocio y ganan un montón de dinero, y esto pueden ir “emprendiéndolo” por muchos lugares. ¿Qué diferencia hay entre un especulador y un emprendedor, si este último no se identifica con el  emprendimiento concreto que pone en marcha?

Espero que vean que no me refiero a un caso particular, sino a una tendencia. Social Dreamers defiende el emprendizaje social juvenil, y no lo vemos como una moda, sino como una forma que siempre ha existido de hacer las cosas y que ahora creemos que es un buen momento para generalizar como respuesta a los retos que nos acechan. Del confundir marcas con personalidad, de la frontera de la privacidad, “de la necesidad de generar seguidores” o de los neonómadas que dan tantas vueltas que nunca acaban de posarse, quizás hablemos otro día.

 

 

 

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  • Por ejemplo, que tener éxito está mal visto. Totalmente de acuerdo, pero la culpa no solo es de quién no lo tiene, sino del uso y disfrute que han hecho del éxito muchos de quienes lo obtuvieron, atentos únicamente al balance económico de sus emprendimientos, y desatendiendo el balance social y ambiental.

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